Estaba haciendo cualquier cosa. Cualquiera de esas cosas que uno hace en Domingo. Si quieren, estaba estando nomás cuando me llegó esa llamada que me pegó como un cross a la mandíbula: "¿Cómo que murió? ¡no puede ser! ¿que dónde es el velatorio? ¿a qué hora? nos vemos allá. Chau".
Y la soledad. Y el sentimiento de irrealidad. Y el silencio -porque no hay palabras-.
La muerte es siempre inesperada; la muy hija de puta se nos termina metiendo una y otra vez en medio de la fiesta para recordarnos eso de que "polvo somos y al polvo volveremos" que ya sabemos pero que hacemos como si no. Pero hay veces que es más hija de puta que otras.
Y la muerte enseña. Siempre dice algo. Hoy me dice de la vida con sentido, de la vida plena. La muerte dimensiona la vida (allá eso de que vivir bien es aprender a morir); en algunos velorios (me pasó con Ita y ahora me pasa con Lili) la muerte se convierte en despedida y en celebración. Y eso me está diciendo la muerte hoy: que la vida hay que celebrarla.
Y entonces, en el absurdo, se vislumbra un sentido.
(breve aclaración: y aquí no rige el principio de identidad, no es un sentido que anula -aclara, justifica o ilumina- el absurdo. No es un sentido que nos evita el dolor -eso sólo es negación-. Es un sentido en o junto al absurdo. Un sentido a la intemperie)
domingo, 19 de abril de 2009
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2 comentarios:
muy rico todo negro! Me gusta tu blog, felicitaciones.
Y que vivan los cambios de planes!
salú!
brindo por eso!
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