En una noche oscura, de una negrura ya cotidiana a mis ojos, un algo me tomó de la mano con una suavidad de niño o de mujer. Me convenció con su calor de seguirla y con firme suavidad me condujo por caminos desconocidos. Los pies desnudos, negros y frescos por el barro del camino, no se cansaron a pesar del largo trecho.
Cuando el día se vislumbraba en la claridad y el canto de los pájaros, llegamos a la proximidad de un bosque que se abría a nosotros como las piernas de alguna deidad de la fertilidad, completa, vital, seductora. No sin temor me dejé deslizar dentro, como algo que cae por su peso propio.
La espesura nos devolvió a la noche, ya robada por el sol inminente en el mundo exterior. Un aire fresco como un murmullo nos traía olores a oleadas, aromas de flores, del verdor de las plantas, del miedo de los animales, de la putrefacción de la materia en descomposición, de los hongos que se alimentan de la humedad de la oscuridad eterna.
En un claro, recostado contra un tronco un niño lloraba. Mi guía me invitó a mirar y soltó mi mano. El chico no pasaba los seis años, parecía más dolido que asustado, escondía su cara entre las manos y lloraba. Lloraba y lloraba porque estaba solo y hambriento, ni un pan había comido desde hace días. Sus manos huesudas se tomaban el vientre, doblaba sus piernas y apoyaba el mentón en las rodillas mugrosas. Un agujero me comenzó a nacer dentro, en el vientre, y comenzó a crecer como algo vivo hasta que llegó a mi pecho y fui algo hueco, todo vacío, una ausencia que se miraba a si misma. Quise acercarme y ofrecerle algo para su hambre. O para mi hambre (después se me ocurrió, pero nunca tuve claro cuál fue el motivo real) pero mi guía me detuvo, su mano detuvo con firmeza mi hombro y supe que no había nada que hacer. El niño seguía llorando mientras nos fuimos, mi guía, el hambre y yo.
No le quites su dolor, al menos eso tiene me dijo de algún modo que comprendí. Seguí andando desconcertado hasta que mis pasos se hicieron melodía y descubrí que estaba solo, fuera del bosque ya, en pleno día.
2 comentarios:
la intermperie, siempre la intemperie.
Ahhhh...Caminé ese bosque con vos. Sentí el fresco del barro en los pies, sentí el llamado suave del guía.
Una delicia Nachito, un verdadera delicia de las palabras lo que escribiste.
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