domingo, 16 de agosto de 2009

error de cálculo

Cuando el motor falló por primera vez, como tosiendo, supo que sus sospechas se habían confirmado. Hacía ciento cincuenta kilómetros que tenía el viento frente. Hacía cien kilómetros que luchaba contra el frío resistiendo el entumecimiento. El cuerpo ligeramente encorvado hacia delante, para aprovechar mejor el reparo del parabrisas, las piernas estiradas, saliendo por delante de los posapiés, los brazos ligeramente flexionados y la mirada alta y atenta. Hacía cien kilómetros que bailaba con el viento una danza exigente, en la que todo él estaba comprometido. Hacía cien kilómetros que exigía el motor para mantener el ritmo de marcha.

Y pensaba. Porque en la inmensidad la pampa, sin más que el ruido del motor y del viento contra el casco, la ruta monótona, recta y desierta, no contaba más que consigo mismo como distracción. Y entonces entraba en esos diálogos internos que llamaremos pensar. Pensaba que le gustaba esto de viajar solo. Quizás estos cuatrocientos quilómetros en moto en pleno julio no fueran más que una excusa para estar consigo unas horas. Para estar con la tierra, el viento y eso que lo habitaba. Para sentir -un poco, no vaya a creer- el frío y el hambre como figuras de lo no acabado. Para estar a merced del viento, que bien lo sabía en ese momento, sopla cuando quiere.

Y en esos desvaríos, en esos diálogos como de mate en mano en los que se sumergía con facilidad y que yo llamo pensar, apareció una inquietud: ¿llegaré con la nafta? Sabía que un tanque le duraba unos trescientos quilómetros. Y aún así le quedarían unos cincuenta quilómetros más en la reserva. Sabía también que el viento soplaba de frente, fuerte, y que la moto consumiría considerablemente más.

Sus peores pronósticos se mostraban ahora demasiado optimistas: ni doscientos quilómetros y esa falla como de tos, el motor quedándose por un momento sin aliento, como un asmático que se encuentra sin aire. En el primer tosido lo comprendió todo, era clarísimo. Y lo curioso es que estuvo bien, le pareció lo adecuado, estuvo de acuerdo. Frenó suavemente, con el motor apagado ya. Se alejó unos metros del asfalto y dejó la moto sobre la muleta. Se sacó los guantes y el casco como quien ha llegado a algún lugar. Se desabrochó la campera y se sentó sobre el pasto. Sopesó la situación, campo y más campo, pampa, pocos autos, el viento en la cara, fuerte, el sol alegre, ya en su descenso, en un par de horas se haría de noche y ahí sí que se sentiría el frío. Algún automovilista que pasara hubiera dicho que ése allí sentado esperaba. Pero no era así. Simplemente estaba allí, disfrutando, siendo uno con una lógica que iba más allá, que lo trascendía, que no había entrado en sus cálculos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso tanto desde lo literal como desde lo metafórico.
leo tus palabras y también leo porqué no "La noche boca arriba", obviamente, de Julio.

Anónimo dijo...

me hace tan bien leerte!!!!
siempre entro al blog con ansias, esperando encontrar algo maravilloso, y en gral , así sucede.
gracias. te quiero mucho.

Xime dijo...

Qué linda imagen, Naio (aunque todavía no estoy tan segura de que esa situación, prolongada en el tiempo, sea demasiado agradable...). Me dan ganas de viajar cuando leo estas cosas :)

naio dijo...

este blog tiene lectores copados!

Anónimo dijo...

los lectores somos copados porque el escritor también lo es.
besos