- Mi abuela se murió.
- La mía también. Una, la otra no.
- ¿Y se fue al cielo?
- No, la metieron en una caja de madera y la enterraron
- ¿Dónde?
- En el cementerio.
- Ah, la mía no, la mía se fue al cielo. Y mi mamá me dijo que yo también voy a ir al cielo, si me porto bien.
- Ah, dijo Lucía mientras acomodaba la casita. Unos bloques de madera, cuadrados o rectangulares, rojos, azules y amarillos, hacían de mesas y de camas y de sillones y de la cocina y de la heladera. Los hijos eran playmovils. Papá y mamá eran un Ken y una Barbie, respectivamente. Papá estaba sentado mirando fútbol, con los dos hijos varones, que un poco miraban y un poco jugaban con los autos en la alfombra. Mamá se arreglaba en la pieza, tenía una fiesta a la noche y quería estar linda. Como le costaba ponerse linda estaba un poco enojada. Las nenas sabían que cuando estaba enojada era mejor no molestarla. Por eso hacían sus cosas solas en el jardín.
Jorge pasó la hoja en un gesto automático. Había algo en eso de sentarse a devorar apuntes en las vísperas de finales que lo tranquilizaba. Sabía exactamente lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Una suerte de orden, de destino en forma de programas de estudio y prolijos apuntes y fichas de fotocopias. Fichas y más fichas. Marx, Freud, Lévi-Strauss, Ameigeiras, Suzuki, Foucalt, Lacan, Aberasturi. Un conjunto de nombres, eso nada más, nombres, letras negras en papeles manchados, fotocopiados, con ilegibles anotaciones en los márgenes inmortalizadas en la última copia. Se sentaba y empezaba a leer, subrayaba, hacía un cuadro y un resumen. Todo lo juntaba, le daba un par de vueltas en la cabeza, lo memorizaba y lo escupía en la mesa de examen. Y ponía cara de entender, y era amable con los profesores y pensaba antes de responder. Y sobre todo, ante todo, porque eso lo había descubierto ni bien entró a la facultad, en el CBC, cuando sus compañeras transpiraban y se morían de miedo y fracasaban en los exámenes que habían preparado con impecable esfuerzo, guardaba dominio de sí. Estaba entero, como dominando la situación. Aunque dentro fuera un caos, fuera no se notaba, el rostro impasible de un jugador de póquer con escalera servida.
En la nueva hoja no seguía Nietzsche y su superhombre. Revisó de nuevo, fue para atrás, pagina 78, pasó la hoja, página 113. Además la tipografía había cambiado, esta era más chiquita y más somática. Arriba, escrito a mano: “Erich Fromm. El miedo a la libertad”. El título del libro estaba subrayado en una línea descendente. Le sorprendió la seguridad del trazo. Siempre le sorprendía esa gente que sabía lo que hacía. Él no. Él se sentía bien cuando seguía un orden, como el de las vísperas de los finales. "Capítulo VII. 1. La ilusión de la individualidad". Individualidad, qué palabra. Empezó a leer con el lápiz negro en la mano. Había desarrollado una técnica, leía rápido, como sin querer. Cuando encontraba algo que le llamaba la atención lo subrayaba y marcaba el número de hoja en un circulito. Luego repasaba los números de hojas, en las marcadas volvía leer lo subrayado. Lo pensaba. Si no tenía sentido leía lo que venía antes y así. Al final hacía un mapa conceptual y un resumen. Y listo. Una nueva ficha, un nuevo apunte, algún otro nombre, algunas otras palabras: Kant, Kuhn, Kilgsberg.
"Dentro de nuestra cultura, sin embargo, la educación conduce con demasiada frecuencia a la eliminación de la espontaneidad y a la sustitución de los actos psíquicos originales por emociones, pensamientos y deseos impuestos desde afuera". Lo subrayó, el párrafo entero. Genial, pensó. Marcó el número de página: 284. Más adelante subrayó otra cosa: "el hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando en realidad, desea únicamente lo que se supone (socialmente) ha de desear". Página 296.
Lucía y Ema seguían jugando. Mamá-Barbie bajó de su cuarto y se asomo a controlar qué hacían las chicas.
- ¿Qué están haciendo?
- Jugando má.
-Bueno, pero no se ensucien mucho el vestido que después me la paso todo el día lavando, salgan de la tierra.
- Pero, no podemos, acá está la casita.
- Bueno, pero tomen, siéntense en las sillitas. Yo me voy comprar un rato, voy y vuelvo eh, pórtense bien.
- Sí.
- Les dejé la leche servida, después le piden a papá que se las caliente en el microondas, no lo prendan ustedes eh.
-Bueno.
Emma puso a Mamá-Barbie a un costado, boca abajo. Los nenes seguían con Papá-Ken, mirando la tele y jugando con los autos. Lucía agarró un playmovil y dijo con voz de interesante:
- ahora que no están los grandes podemos hablar de nuestras cosas.
- Sí, dijo Emma con su muñeco en la mano, hablemos de las cosas que nos importan, agregó forzando la voz.
- Eso, de dónde vienen los bebés y adonde se van las abuelas.
- Algunas abuelas se van al cielo, las que se portan bien. Y otras las meten en una caja y se quedan en el cementerio.
- ¿Las que se portan mal?
- Las abuelas no se portan mal, pero a veces no les hacen regalos a sus nietos.
- O se pelean con los papás.
- ¿Y dónde se van los perros y los gatitos cuando se mueren?
- Al cementerio o al cielo, como las abuelas.
- Si no se mueren se van al campo. Oso se fue al campo cuando estaba viejito.
- ¿Y los gatitos también?
- Algunos sí, creo.
- Entonces algunas abuelas están en el campo con los perritos y los gatitos.
- ¿Y los bebés de dónde vienen?
- De la panza de las mamás.
-¡Ya sé tonta! Es obvio. Pero antes, antes de la panza ¿dónde estaban?
- En el cementerio yo no ví ninguno.
- Y del cielo no pueden bajar solos porque son muy chiquitos.
- Por ahí están el campo, con las abuelas y los perritos y ellas los cuidan y los acompañan hasta la panza.
- Sí, seguro.
sábado, 8 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
La filosofía infantil es la que más me gusta, esa actitud de preguntar todo, todo el tiempo. El otro día, un alumno me dejó sin palabras cuando me preguntó: "¿El burro es el caballo, o el caballo es el burro?". Hermosos niños...
coincido Xime, este diàlogo tiene una inspiraciòn real. Y creo que la idea era jugar un poco con la "mirada ya mediatizada" de los grandes, y con la cita de fromm, acerca de saber lo que se quiere (algo tan cercano, tan fàcil y a la vez tan difícil para nosotros los grandes)
impecable...sos ese escritor del espejo del baño con remera de rugby apretada, rulos y anteojos amigo,...
lu
Publicar un comentario