Querido maestro:
Sé que si lo escuchara usted diría: "bah, son excusas" y seguiría con lo suyo. Pero así y todo creo que el hecho de que prácticamente no tenga una media presentable, sin agujeros o manchas de esas que no salen ni aunque uno las lave, tiene cierto peso. No es que no me dé cuenta que, así y todo, no justifica esa brusca alteración de mi estado de ánimo. Pero ¡vamos! cuando uno se saca los zapatos en un lugar público (en una reunión de trabajo de esas en que improvisan una relajación, por ejemplo) y se da cuenta que se puede ver el dedo gordo sin sacarse las medias piensa: "¡si dije que iba a comprar medias!". Y el caso es que justo esa semana había comprado medias. No es que salí específicamente a comprarlas. Es que me acordé en el momento en que pasaba frente a un puestito de ropa en la calle. El cartel decía "3 x 10 pesos". Y ahí mis neuronas hicieron sinapsis: "¡claro! ¡las medias!".
Experimenté una sensación de triunfo que me duró un par de días. Una sensación como de tarea realizada. "Ja, ahora tengo tres medias presentables ¿qué me decís?" me regocijaba pensando (e incluso ese estado de ánimo no se opacaba cuando recordaba que ahora era el momento de la renovación de calzoncillos. Sí ya lo sé: usted me recordaría que el corazón ha de ser como una roca que no se inmuta frente a los embates del mar de la realidad. Pero bueno, sabe que soy duro de aprender).
Me demoro pensando (de nuevo) si todo esto no es una excusa. Sí, quizás sí lo sea. Seguramente. Pero así y todo creo que tiene su verdad. No "la verdad" sino algo así como "de algún modo también es verdad".
El problema radica en que hoy amanecí y, con inquietud, noté que de las dos medias negras nuevas (compré de tres colores: negras, verdes y azules) solo contaba con una. No es que no me suceda a menudo: constantentemente estoy perdiendo y encontrando cosas. Aparecen en los lugares más insospechados (en realidad esto no es del todo cierto: no es que sean lugares "insospechados" sino es que son lugares "descartados". Porque son lugares que ya revisé tres o cuatro veces. Pero ésa es otra cuestión). Algo me dijo que esta vez era distinto: revisé dos o tres veces bajo la cama, levanté el pantalón y la remera tirados en el piso, revolví las sábanas, miré dos veces más bajo la cama, salí de la habitación, busqué en el pasillo y hasta en el baño. Entonces, querido maestro, comencé a inquietarme. Más allá de lo todas sus recomendaciones, (incluso intenté poner en práctica aquellos ejercicios de relajación a través de la respiración profunda usted con tanta magnanimidad y ahínco me ha inculcado) la paz fue emigrando de mi corazón. Sabía racionalmente que sólo era una media, que no valía la pena tanto problema. Pero, usted entenderá (bah, creo que no, son excusas al fin y al cabo me dirá) era esa media nueva. Para colmo me quedaba una media. Si al menos hubiera perdido las dos el duelo hubiera sido menos cruento. Como cuando era chico y me dijeron que el perro se había ido al campo. Chau, de un día para el otro no está más. Así es más fácil convivir con la ausencia. Pero si tenés todo el tiempo una media nueva, como un recordatorio de la fugacidad de un sentimiento de triunfo, se complica un poco más.
Y sí: de libro. Tal como usted me había enseñado: cuando perdemos la paz ¿qué irradiamos? Usted me lo enseñó: acusaciones, odios, rencores. Comencé a preguntar si alguien había visto mi media (imagínese: ¿cómo dar a entender al otro el valor de una media? si hasta yo, en este momento, con toda la explicación que le dí y considerando también su enorme capacidad comprensiva, creo que se debe estar riendo a carcajadas de mi media) y terminé acusándolos de haber perdido (casi con intención, pensaba yo) mi media. Como usted dice, irradiamos lo que tenemos en el corazón. Todos se habían convertido en unos conspiradores. Una conspiración para robarme la media, justo esa, la media negra nueva sin agujeros ni manchas. Y ahí estaba yo en pleno desequilibrio emocional. Totalmente enajenado. El horizonte era negro: ya no tendría más mi media negra nueva. Pensé en tirar la otra, como un acto de resignación. O de bronca. Pensé en conservarla como trapo (la imagen de la media nueva utilizada para poner pomada en los zapatos me deprimió aún más). Y al rato, como es de esperar, otras cosas mil llamaron mi atención hasta que me olvidé de la media.
¿Y sabe adónde voy? El nudo de todo lo que le quiero transmitir está en que más tarde, pasado el almuerzo ya ¿a que no se imagina qué encuentro en el living? ¡una media nueva negra! no dí crédito a mis ojos: "debe ser la sobreviviente" pensé. Pero no. Ahí estaba la otra, la que no se había perdido, muy pancha sobre la cómoda del cuarto. El alma me volvió al cuerpo (me imagino su indignación: cuántas veces me ha dicho "el alma no se va ¡está siempre ahí! ¡es cuestión de escucharla!" Sí, ya lo sé. Pero ¿qué quiere que le diga? no lo puedo evitar).
Y vi la media y pensé en el acto en usted. Se me revelaron sus enseñanzas, como entendiéndolas por primera vez. Todo eso de "vivir como si no se poseyera nada, aunque se tenga todo". En eso de "lo exterior va y viene, lo único firme es la paz del corazón". O incluso, hasta en una cita (creo que es de Sábato), que usted nunca dijo pero podría haber dicho, que dice "el mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria". O algo así. Todo eso pasaba con mi cabeza mientras, con los pies descalzos, sostenía entre atónito e incrédulo (aún) la media recupaerada. Todo se iluminó (tanto esfuerzo para encontrar la iluminación y ella me viene a encontrar a mí cuando menos lo espero: con lagañas en el cara, el pelo revuelto y en calzoncillos -agujereados): la falta de paz, las acusaciones, la media como un símbolo de lo contingente y fugaz de todas las posesiones. Un símbolo de cuando las posesiones nos poseen. Y ahí pensé"se lo tengo que contar el maestro".
Sé que esta carta no le llegará nunca pero ¿quién sabe? Quizás, así como la media apareció donde menos lo esperaba, cuando ya había perdido toda esperanza, esta carta le llegue. Como esas películas en que alguien lee un mensaje que un náufrago había arrojado al mar muchos años antes. Quizás de algún modo la lea.
Bueno, lo dejo. Espero que esté un lugar de paz (sí, me corregirá usted: no es un lugar, es un estado. Pero permítame ciertas concesiones en el lenguaje. Sabe que hablo más rápido de lo que pienso). Algo me dice que está en un lugar mejor ("lugar"). Sé que es así ("sé). Sepa que lo recuerdo con mucho afecto. Y que me acuerdo de sus enseñanzas. Y las intento poner en práctica.
Si llego a perder un calzoncillo (cuando me los compre) voy a intentar superarlo estoicamente. Le prometo el intento.
Un gran abrazo (permítame el atrevimiento),
sábado, 30 de mayo de 2009
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3 comentarios:
muy poetico el asunto. Ahora, cuando logres recuperarte de la casi tragedia no te hagas el vivo y devolvame las rayadas que me virlaste cuando estuviste descalzo y desconsolado.
Excelente negro, y quiero aprender un poco de ese maestro tuyo
anónimo: ja! en este blog no se reciben amenazas de anónimos! al margen: ¿eran unas rayadas negras y grises no? ¿sabés que creo que vi una por ahí? estaba o abajo del horno o en la puertita del botiquín ¡pero estar está eh! no te hagas drama
pablo: gracias viejo. Yo también quiero... o si no me mudo a brasil, ahí que no me preocupo por las medias.
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