lunes, 30 de noviembre de 2009


Te dejás llevar, te soltás y te dejás llevar, como si te estuvieras yendo por el agujero, como en ese instante previo a la eyaculación te dejás resbalar y todo se desarma, o te desarmás en el todo, vaya uno a saber.


Te dejás llevar y no sabés dónde te llevará eso. A nada bueno, si bueno es el plancito contra el miedo que los hijos de clase media cargamos, o combatimos –otra forma de cargar, al fin y al cabo.


A nada bueno, si bueno es el plan de la corbata, la carrera y la competencia por el vino más caro en la noche de bodas. Eso y los otros ritos para resguardarnos del cielo que se nos cae encima, como sabía Asterix.


A nada bueno sí, pero es inevitable. Como en ese preámbulo del éxtasis, cuando ya es irreversible. Y la incertidumbre por el camino bueno, la intemperie, la soledad y la alegría honda, el hastío de la ciudad y las ganas de partir de una buena vez, de dejarse resbalar como agua por la rejilla del fondo.

jueves, 5 de noviembre de 2009

comunicado vigésimo primero y tres cuartos

La dirección del movimiento informa a todos aquellos hombres de bien (y a los gestores de impuestos también, sólo porque creemos que no es que les guste su trabaje sino que son animados por el más puro sentimiento de martirio a favor de la comunidad):

* antes de informar, la dirección, atendiendo a la costumbre de los autores que escriben en esta revista, copia una cita que en el caso de no ser pertinente, al menos le da a la cuestión un aire académico sumamente conveniente:

“Como no tenemos otro punto de mira para distinguir la verdad y la razón que el ejemplo e idea de las opiniones y usos del país en que vivimos, a nuestro dictamen en él tienen su asiento la perfecta religión, el gobierno más cumplido, el más irreprochable uso de todas las cosas.”
Montaigne, De los caníbales


La dirección luego de exhaustivos estudios científicos, ha llegado a la conclusión de que en algún momento, por costumbre, por esa convención que consiste en repetir los gestos una y otra vez (en soledad o en orquesta comunitaria) tendemos a olvidar la arbitrariedad de nuestras elecciones y entonces las pontificamos, las convertimos en la única respuesta posible al problema de la existencia –o al menos al de cómo arreglarse sin papel higiénico cuando ya es demasiado tarde. Y es entonces –y está validado empíricamente- que con la conciencia de la precariedad de nuestras posiciones se nos va quizás la posibilidad más cierta de ser libres: el ser libres de aquel enano criticón que todos llevamos dentro, en el mejor de los casos a nuestro pesar. Decimos dos y luego cuatro y seis y entonces creemos en el advenimiento ineludible del ocho –sí, lamentamos decirlo, se trata de una fe tan irracional como creer que el pasto se lo comieron los camellos de los reyes magos o como creer que el 186 nos va a dejar, como todas las mañanas, en ese punto espacio temporal exacto a pesar de los agujeros negros y los vendedores de ballenitas (que nadie sabe bien para qué ya que no se usan más). Al creer que luego del seis viene el ocho, sólo porque antes han precedido el cuatro y el dos, parecemos olvidar que el próximo número en la serie podría ser el 3005, el 34 o el 1,567. Sólo habría que seguir una lógica un poco más compleja que la de sumarle dos unidades al último número mencionado (y todo esto ya lo decía Wittgenstein, quien fue un militante activo de nuestro movimiento a pesar de que hoy transite incomprendido por las facultades de lógica matemática). Y entonces seríamos genios o locos, psicóticos o esquizofrénicos, según el punto de mira (como se decía en la época de Montaigne parece) pero seguramente que no ciudadanos de a pie.
Es así que, haciendo caso omiso del orden randomizado de la existencia (en modo “shuffle”, por decirlo de algún modo, ése que mezcla el orden de las canciones según un criterio misteriosamente azaroso), decimos nuestros pareceres y nos creemos nuestras palabras. Esto nos dejaría sin cuidado si no fuera por el hecho de que años, días o segundos después, con los mismos sonidos que hemos utilizado pero agrupándolos en un orden distinto, confeccionamos argumentos que dan por tierra con nuestras opiniones precedentes. Nada tan falso, tan etéreo, como las propias palabras, mensajeros siempre infieles, pésimos traductores de los deseos de nuestro corazón.
En vista de los hechos anteriormente mencionados, la dirección del “Movimiento Por La Existencia De Más Locos Lindos Que Vean Bajar La Luna Rodando Por Callao” (MovPorLaExDeMaLocLinQueVeBaLaLuRodPorCall, en adelante) recomienda calurosamente:

a) emitir siempre las propias opiniones en tono sumamente catedrático (y si se pudiera citar la opinión de alguna personalidad consagrada, como en el caso de este artículo)
b) confirmar con la mirada adusta la validez de lo recientemente emitido como verdad absoluta
c) negarse a dar más argumentos que apoyen lo enunciado (dando a entender con la mirada o algún otro modo que son absolutamente innecesarios para cualquier persona inteligente)
d) sostener el rictus severo ante las risas, incrédulas, burlonas o hasta pretendidamente cómplices de nuestros interlocutores
e) y, finalmente, cuando se haya doblegado la resistencia de nuestro oponente dialéctico, relativizar hasta tal punto la afirmación recientemente realizada, y defendida con uñas y dientes, al punto de que tácitamente caigamos en una flagrante y rotunda contradicción.

Valgan estas instrucciones como una estrategia más al servicio de la lucha encarnizada que el movimiento (MovPorLaExDeMaLocLinQueVeBaLaLuRodPorCall), utilizando la mimesis con el contrario propia de la guerra de guerrillas, sostiene contra el invisible ejército de profesores de lógica, suegras amargadas y estudiantes de derecho que con renovado esfuerzo, insisten en adecuar la realidad a lo-que-debería-ser.

¡Hasta la victoria siempre! (aunque soldado que huye sirve para otra batalla)

lunes, 2 de noviembre de 2009

introducción a la noche

En una noche oscura, de una negrura ya cotidiana a mis ojos, un algo me tomó de la mano con una suavidad de niño o de mujer. Me convenció con su calor de seguirla y con firme suavidad me condujo por caminos desconocidos. Los pies desnudos, negros y frescos por el barro del camino, no se cansaron a pesar del largo trecho.

Cuando el día se vislumbraba en la claridad y el canto de los pájaros, llegamos a la proximidad de un bosque que se abría a nosotros como las piernas de alguna deidad de la fertilidad, completa, vital, seductora. No sin temor me dejé deslizar dentro, como algo que cae por su peso propio.

La espesura nos devolvió a la noche, ya robada por el sol inminente en el mundo exterior. Un aire fresco como un murmullo nos traía olores a oleadas, aromas de flores, del verdor de las plantas, del miedo de los animales, de la putrefacción de la materia en descomposición, de los hongos que se alimentan de la humedad de la oscuridad eterna.

En un claro, recostado contra un tronco un niño lloraba. Mi guía me invitó a mirar y soltó mi mano. El chico no pasaba los seis años, parecía más dolido que asustado, escondía su cara entre las manos y lloraba. Lloraba y lloraba porque estaba solo y hambriento, ni un pan había comido desde hace días. Sus manos huesudas se tomaban el vientre, doblaba sus piernas y apoyaba el mentón en las rodillas mugrosas. Un agujero me comenzó a nacer dentro, en el vientre, y comenzó a crecer como algo vivo hasta que llegó a mi pecho y fui algo hueco, todo vacío, una ausencia que se miraba a si misma. Quise acercarme y ofrecerle algo para su hambre. O para mi hambre (después se me ocurrió, pero nunca tuve claro cuál fue el motivo real) pero mi guía me detuvo, su mano detuvo con firmeza mi hombro y supe que no había nada que hacer. El niño seguía llorando mientras nos fuimos, mi guía, el hambre y yo.

No le quites su dolor, al menos eso tiene me dijo de algún modo que comprendí. Seguí andando desconcertado hasta que mis pasos se hicieron melodía y descubrí que estaba solo, fuera del bosque ya, en pleno día.

domingo, 1 de noviembre de 2009

llueve

Hace días que el cielo se desangra
en un ricón olvidado del mundo.
Han llovido océanos insondables;

las cimas más altas,
hasta ayer inaccesibles,
se han lavado de sus ropajes,
piedra, arena, cobre,
hasta quedar desnudas en su arquitectura esencial,
de espigadas columnas de roca

el agua ha corrido por los campos
hasta desmadrar los arroyos,
hasta hacer de la pampa un río,
un mar tormentoso,
un espejo donde mirarse el cielo
en noches serenas

el ombú majestuoso fue siendo atacado en sus raíces,
aguantó prendiéndose al suelo con firmeza,
la insistencia del agua fue mayor.
En un adiós-añoranza se soltó,
se desarraigó como un sí a un destino

para su asombro descubrió que su densidad era mayor que la del agua,
se dejó flotar,
las raíces bajo el agua,
el tronco emergiendo desnudo,
abriéndose la inmensa copa.

A la deriva viajó por el globo,
vió pirámides de roca
e ilusión,
estepas frías y yermas,
infinitas de soledad,
baobabs tragando planetas
y mundos,
navegó los mares de simas negras
hogares de criaturas inmemoriales,
conoció las montañas de arquitectura esencial,
y se perdió en el horizonte
el ombú navegante.