domingo, 18 de julio de 2010

La esperanza de Ishram

Otra vez, el filósofo niño se encontró con un repollo de bruselas y, a pesar de no saber belga, le contó la siguiente historia:

"Hubo una vez un niño. El niño se llamaba Ishram, tenía el pelo negro, los ojos color gris y las piernas eternas y flacas. Ishram era muy callado. Y sus ojos querían ver. Y lo llevaban a muchos lugares. Para ver. Así vió las montañas nevadas y alguien le dijo que eran los abuelos. Y vió las extensiones de arena que se extienden más y más allá del horizonte. Y aprendió a llamarlas desierto, el lugar donde cabe el alma. Y recorrió pueblos y conoció gentes. Algunos más parecidos a su gente. Otros no, más distintos. Y aprendió que los seres humanos son buenos, aunque parezca lo contrario por momentos. Sobre todo cuando tienen miedo.

Eso y muchas otras cosas aprendió Ishram; la muerte, la enfermedad, la orfandad. Y la solidaridad y la alegría y el amor. Todo eso supo. Pero hubo algo que no sabía: la medida de la esperanza. Ishram se preguntaba cuándo había que esperar, cuánto había que esperar.

Por momentos creía que se debe esperarlo todo, porque el mundo es generoso. Por momentos sabía de la pobreza del mundo y esperar le parecía una desmesura. Oscilaba entre la expectación y el desasosiego. Hasta que decidió dejar de pensar y salir a buscar la esperanza. Le pareció que la esperanza debía estar detrás del horizonte. Vigilada por las montañas, los abuelos y los desiertos, la casa del alma. Y se perdió en el horizonte. Desde entonces, en su pueblo las gentes esperan que vuelva con los datos de su búsqueda. Pero de vez en vez algún muchacho se cansa y sale por sí mismo a cruzar el horizonte, a buscar la medida de su esperanza."

domingo, 11 de julio de 2010

troncharíate
el carzuelo de tus
melpas
si estuviérate
pingüe invatudo
por la
que se dice
y los hortícolas
de oscuro
no amenazantaran
con la esperanza tan triste
y los manices
tan secos