domingo, 26 de junio de 2016
martes, 7 de junio de 2016
Hoy vinieron los hombres buscándome. Bajaron de una canoa haciendo ruido y se alegraron al encontrarme. Una chica se me subió arriba y me movía. Dos hombres celebraban cuando las naranjas caían golpeándoles los hombros y las espaldas.
Estuvieron un rato conversando y comiendo, comiéndome, mientras reían. Después miraron mis ramas livianas y se fueron haciendo ruido.
En este momento uno me está comiendo mientras me piensa y me recuerda sólo y en silencio acá en el monte. Y quizás no sepa que ahora que me come yo vivo en él y así pienso en él y me recuerdo en él. Quizás no sepa que me lleva a donde vaya y que así somos algo vivo y más grande. Algo que siente y escribe mientras este sol de invierno nos despierta a la danza del día.
Estuvieron un rato conversando y comiendo, comiéndome, mientras reían. Después miraron mis ramas livianas y se fueron haciendo ruido.
En este momento uno me está comiendo mientras me piensa y me recuerda sólo y en silencio acá en el monte. Y quizás no sepa que ahora que me come yo vivo en él y así pienso en él y me recuerdo en él. Quizás no sepa que me lleva a donde vaya y que así somos algo vivo y más grande. Algo que siente y escribe mientras este sol de invierno nos despierta a la danza del día.
sábado, 4 de junio de 2016
Preámbulo a las instrucciones para navegar en aguas de un colapso civilizatorio
Las civilizaciones, como todo organismo vivo, nacen y mueren. Cuando una civilización está muriendo puede que los individuos anden un poco desconcertados. El propósito de estas instrucciones es brindar un poco de claridad, aunque no sea más que un tronco con el que flotar mientras vemos el barco hundirse.
Este barco se hunde. Y en él se van ¿nuestras? instituciones sociales: el Estado, la Escuela, la Justicia y todo ese andamiaje estructural moderno que creció con la Enciclopedia como horizonte (y que tanto tiempo intentamos apuntalar y emparchar cuando el problema eran los cimientos).
Pero atención: con este barco se vaya quizás también todo lo que se mueve en la biósfera. En todas las crisis se acaba el mundo. Bueno, en esta crisis quizás también se acabe el mundo, aunque en un sentido no solamente literario sino también biológico.
Esta crisis es una lucha agónica. Esto hay que entenderlo. Toda crisis lo es. Pero estamos demasiado vacunados contra el fenómeno crisis: entre el lenguaje gurú-corporativo de la crisis-oportunidad y el cine catástrofe-corporativo del armaggedón estilizado / mundo zombi, a la idea de crisis le cuesta entrarnos en el cuero, hacernos daño. El cine catástrofe como parte del decorado del barco que se hunde. En versión zombi como masas de individuos en trance, desesperados por consumir/morfarse a los otros, moviéndose maquinalmente de acá para allá sin ir realmente a ninguna parte. O también en la versión catástrofe con el héroe que sobrevive al colapso mundial (un terremeto meteorito inundaciión o cualquier otra forma de la naturaleza como un otro incontrolable-irracional-imprevisible al que hay que doblegar) por ser el mejor: más fuerte-apto-poronga-sexy.
Pero estos relatos no hablan de un mañana posible. Son parte de este transatlántico que se va a pique. Es el decorado, una pintura de este hoy real: masas de consumidores-asalariados-máquinas arrasando con todo lo que encuentran y siempre insatisfechos. Mito fundacional del capitalismo que supimos conseguir: el héroe que sobrevive llevándose puesto a todo el que se cruce en su camino porque tiene el arma más poronga, es el más musculoso, tiene la estrategia más maquiavélica y además es rubio. Cualquier similitud con las prácticas de las corporaciones transnacuonales es pura coincidencia.
Mientras el agua que entra nos va tapando los pies, seguimos creyendo que es remediable desde dentro. Algún especialista se va a ocupar, va a tapar uno o dos agujeros y vamos a seguir a flote. con las patas mojadas seguimos frente a la pantalla. Y la pantalla opera en nosotros: no estamos tan jodidos como lo que pasa ahí. Es cierto que estamos bastante narcotizados pero, vamos, no es tan grave. No estamos tan jodidos como los zombis. Este mundo es peligroso (miedo, mucho miedo) y exige héroes solitarios más fuertes para pelear la batalla del día a día y sobrevivir en este barco de comida para pocos, seguridad armada y afectividad descartable.
Y se me hace que estamos frente a la pantalla un poco como los cavernícolas de Platón: hipnotizados por las sombras proyectadas en la pared, confundiéndolas con la realidad. Incapaces de darnos vuelta y descubrir que las crisis alimentaria-humanitaria-ecológica-social-política-individual-relacional, es una proyección de otras formas: el modelo extractivista-consumista-corporativista-capitalista-individualista. Y que quizás atrás haya otras cosas más sutiles y más sólidas, como la creencia en la materia como única realidad o el mito de la separación hombre naturaleza o la imagen del hombre como lobo del hombre o la idea de la supervivencia del más fuerte/apto, etcétera, etcétera.
Si esta hipótesis de que el agua que pisamos no es la consecuencia de un agujerito aislado sino el barco que se está hundiendo, quizás ayuden estas instrucciones para navegar en aguas de un colapso civilizatorio.
Las civilizaciones, como todo organismo vivo, nacen y mueren. Cuando una civilización está muriendo puede que los individuos anden un poco desconcertados. El propósito de estas instrucciones es brindar un poco de claridad, aunque no sea más que un tronco con el que flotar mientras vemos el barco hundirse.
Este barco se hunde. Y en él se van ¿nuestras? instituciones sociales: el Estado, la Escuela, la Justicia y todo ese andamiaje estructural moderno que creció con la Enciclopedia como horizonte (y que tanto tiempo intentamos apuntalar y emparchar cuando el problema eran los cimientos).
Pero atención: con este barco se vaya quizás también todo lo que se mueve en la biósfera. En todas las crisis se acaba el mundo. Bueno, en esta crisis quizás también se acabe el mundo, aunque en un sentido no solamente literario sino también biológico.
Esta crisis es una lucha agónica. Esto hay que entenderlo. Toda crisis lo es. Pero estamos demasiado vacunados contra el fenómeno crisis: entre el lenguaje gurú-corporativo de la crisis-oportunidad y el cine catástrofe-corporativo del armaggedón estilizado / mundo zombi, a la idea de crisis le cuesta entrarnos en el cuero, hacernos daño. El cine catástrofe como parte del decorado del barco que se hunde. En versión zombi como masas de individuos en trance, desesperados por consumir/morfarse a los otros, moviéndose maquinalmente de acá para allá sin ir realmente a ninguna parte. O también en la versión catástrofe con el héroe que sobrevive al colapso mundial (un terremeto meteorito inundaciión o cualquier otra forma de la naturaleza como un otro incontrolable-irracional-imprevisible al que hay que doblegar) por ser el mejor: más fuerte-apto-poronga-sexy.
Pero estos relatos no hablan de un mañana posible. Son parte de este transatlántico que se va a pique. Es el decorado, una pintura de este hoy real: masas de consumidores-asalariados-máquinas arrasando con todo lo que encuentran y siempre insatisfechos. Mito fundacional del capitalismo que supimos conseguir: el héroe que sobrevive llevándose puesto a todo el que se cruce en su camino porque tiene el arma más poronga, es el más musculoso, tiene la estrategia más maquiavélica y además es rubio. Cualquier similitud con las prácticas de las corporaciones transnacuonales es pura coincidencia.
Mientras el agua que entra nos va tapando los pies, seguimos creyendo que es remediable desde dentro. Algún especialista se va a ocupar, va a tapar uno o dos agujeros y vamos a seguir a flote. con las patas mojadas seguimos frente a la pantalla. Y la pantalla opera en nosotros: no estamos tan jodidos como lo que pasa ahí. Es cierto que estamos bastante narcotizados pero, vamos, no es tan grave. No estamos tan jodidos como los zombis. Este mundo es peligroso (miedo, mucho miedo) y exige héroes solitarios más fuertes para pelear la batalla del día a día y sobrevivir en este barco de comida para pocos, seguridad armada y afectividad descartable.
Y se me hace que estamos frente a la pantalla un poco como los cavernícolas de Platón: hipnotizados por las sombras proyectadas en la pared, confundiéndolas con la realidad. Incapaces de darnos vuelta y descubrir que las crisis alimentaria-humanitaria-ecológica-social-política-individual-relacional, es una proyección de otras formas: el modelo extractivista-consumista-corporativista-capitalista-individualista. Y que quizás atrás haya otras cosas más sutiles y más sólidas, como la creencia en la materia como única realidad o el mito de la separación hombre naturaleza o la imagen del hombre como lobo del hombre o la idea de la supervivencia del más fuerte/apto, etcétera, etcétera.
Si esta hipótesis de que el agua que pisamos no es la consecuencia de un agujerito aislado sino el barco que se está hundiendo, quizás ayuden estas instrucciones para navegar en aguas de un colapso civilizatorio.
viernes, 3 de junio de 2016
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