domingo, 7 de febrero de 2010

bolsas de plástico transparente

Eran sus gestos, sus gestos odiosos, torpes, descuidados, la hacían parecer adolescente a pesar de sus cuarenta años, calculó cuarenta o un poco menos, pero por ahí andaba se dijo. Quiso ignorarla pero no pudo, la proximidad de los asientos no lo permitía. Ella sacaba de una mochila bolsas llenas de broches, las abría con violencia, paf, sacaba un cartón con broches de colores, broches baratos, de plástico, debe ser vendedora ambulante pensó, va en el colectivo hacia la zona norte, allá hay más plata, pensó, se debe vender más. Sacaba los broches, los cartones con broches de una bolsa grande y los metía de a uno en bolsitas transparentes, agarraba una cinta scotch bien ancha, transparente, la cortaba con los dientes con un ruido imposible, absolutamente innecesario, zaá, zaá, zaá, unadostrescincuenta veces. Miró para atrás, buscando algún otro asiento en el colectivo, algún lugar libre donde escapar, donde refugiarse, donde volver a su mañana, a su amanecer tranquilo, a su día de vacaciones, a su viaje a la naturaleza, a sí mismo. Hay uno libre, allá al fondo, lo pensó pero no se animó. Se le figuró sumamente descortés. Cuántas veces su compañero de asiento, en el tren, en el colectivo, se había parado para sentarse en otro asiento libre, más atrás, más adelante, buscando una ventanilla, dos asientos libres donde expandirse o quién sabe qué. No quiere estar conmigo, le genero rechazo, vergüenza, incomodidad, miedo. Indiferencia, en el mejor de los casos. Quién sabe. No quiere estar conmigo, eso es lo seguro. Recordó eso. Recordó la sensación sobre todo, esa soledad adentro, esa cosa física en el estómago. Por eso no se levantó, no se cambió de asiento. Por esa sensación física que se le vino de pronto. Ella terminó de sacar todos los cartones de broches de la bolsa grande, se quedó con la bolsa vacía en la mano, la bolsa plástica transparente, la miró un segundo y, en un gesto despreocupado (eso fue lo terrible, lo despreocupado del gesto, si al menos lo hubiera pensado, lo hubiera escondido, hubiera hecho como si se le cayera, yo que sé, algo que manifieste la conciencia de que no, que no se hace) la tiró por la ventanilla. Cinco mil años pensó, cinco mil años para que esa bolsa desaparezca, además del desperdicio de recursos, usar una bolsa así, treinta segundos, un minuto y tirarla por la ventanilla. Y la calle sucia y cinco mil años para que el mundo vuelva a esa nota armónica, y todos los que ahora estarán tirando las bolsas, los filtros de cigarrillos, las botellas, el aceite usado, el plástico, los deshechos tóxicos y la gente corriendo, cruzando la autopista, cientos de desarrapados, sobre todos los chicos, las madres con los chicos, las madres con las panzas, a revolver el basural, los plásticos, a buscar un pedazo de pan, una hamburguesa medio comida, un paquete de arroz húmedo abierto, algo de cobre, yo que sé, lo que sirva para vender o para la olla, para tirar un día más en este mundo de mierda, de basura, hambre e indiferencia despreocupada. Fue todo eso y una rabia, una rabia que le subió por dentro desde abajo hasta la garganta, casi como en un vómito. Y una repulsión física, una repulsión hacia esa mujer, hacia la mugre, el hambre y hacia los mugrosos y los hambrientos (después se dio cuenta y se escandalizó de si mismo). Y se dio vuelta de nuevo, mientras alejaba su cuerpo en el asiento unos centímetros en un acto reflejo, mientras pensaba si decirle, si pararse e irse, mientras se callaba y no hacía nada y adentro era un volcán. Estúpida, se dijo. No sabe se dijo luego, más calmado, más conciliatorio. No se da cuenta, no siente esta rabia, no le duele el mundo que se muere, la injusticia, los mugrosos. Está tan cerca y no se da cuenta. Es un paisaje que se le hizo tan cotidiano que ya no lo ve, pensaba casi como disculpándola (con todo lo que eso tiene de soberbia, pensó después, la misericordia del soberano).

Todo eso hasta que empezó la chicharra, un beep agudísimo, en el umbral de lo soportable. Y ahí fue cuando la vio distinta, se tapó los oídos y lo miró en un gesto de dolor. Él, sorprendido, le devolvió la mirada, compartiendo una solidaridad. Ambos miraron al chofer, como interrogándolo. El chofer intentaba, apretaba botones, buscaba pero nada. Con resignación apagó el colectivo girando la llave en un semáforo. El ruido cesó y fue un alivio. Pero fue momentáneo, porque en seguida la luz cambió a verde y fue cosa de encender y que recomenzara el ruido y que ella se volviera a tapar los oídos y el tormento y la sorpresa de nuevo, de que a ella le doliera, de que no fuera indiferente, de que lo buscara con la mirada buscando solidaridad, saber que no estaba sola en el sufrimiento, saber que la entendían. Y él la entendió, aún cuando no le molestara tanto, cuando no era tan insoportable como parecía que le era a ella. Y entonces él aprovechó la atención o fue una consecuencia natural ¿sabés si este va al centro de Tigre?, no, te tenés que tomar el tren, ah ¿en Virreyes?, no en San Fernando, cuando veas las barreras te bajás y es ahí, ah, claro, gracias. Un diálogo así, como cualquier otro, como cambiarse de asiento para buscar el sol o la ventanilla, esas cosas, o como quedarse para no decirle no me quiero sentar con vos. Eso de mirar las cosas en lo que significan, que también es real. Y fue sobre todo su sonrisa, un sonrisa que no era una dirección, una indicación como la de un mapa o de un guía turístico; una sonrisa de ojos buenos y dientes ausentes, huecos negros donde deberían haber habido dientes, que le decía que era una buena persona, una persona que no sabía algunas cosas, como él, que no sabía que ese colectivo lo dejaba en San Fernando, que pensaba que en Tigre o en Virreyes. Mientras una voz anónima decía que el tren tenía aproximadamente quince minutos de retraso, la vió a ella, en el andén de enfrente, del lado en que estaban los hombres de traje y las chicas arregladas. La miró y le sonrió con los ojos mientras se sentaba porque el tren iba a demorar mas de quince minutos, seguro, auque no le importó mucho.

2 comentarios:

Jo.- dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Jo.- dijo...

Delicioso. Lucho estaría orgulloso, aunque seguro haría correcciones con su lápiz negro.
Los transportes públicos son muy poetizables. La situación de estar ahí, siendo llevado, observándolo todo, pensando la vida sin más ...es siempre una puerta para un nuevo relato.
Me encantó Nachito, beso grande.