domingo, 24 de abril de 2016

Querido editor:
Te escribo para contarte las razones por las que escribo. Acá te mando algunas cosas, algunas palabras. Esas perras negras.

Hubo un tiempo en que quería escribir. Quizás al principio quería ser escritor. Sí, eso. Es ridículo, ya sé  y una forma casi pornográfica del ego. Pero es así. No te voy a mentir. Hace unos días decidí no mentirle más a nadie.

Hoy no quiero ser escritor. Hoy estoy desnudo y a la intemperie. Y lo que menos quiero es volver a llenarme de cosas. Y las palabras, como Escritor, es de lo que más pesa.

Escribo esta carta porque siento que es el mejor modo de contarme a mi mismo. Ante mí mismo. No tengo otro lector. No escribo para nadie. Escribo porque es el hilo que me conecta con lo hermoso. Así. Fácil. Es la hebra que me sostiene del mundo.

Me dijeron que el mundo era un lugar ahí afuera. Lleno de cosas. Con el tiempo esa explicación me fue siendo insuficiente.
Primero se me fueron yendo las cosas. Después las ideas y las palabras grandes. Finalmente se me fue el cuerpo. La piel, a pedazos. Hasta quedarme desnudo.
Desnudo en un mundo sin palabras. Una galaxia fascinante donde las cosas juegan flotando en el aire. Flotan y bailan. De acá para allá. Y nosotros, que inventamos nuestros juegos para escaparle al dolor. Y las cosas que se mueven y fluyen como ríos. El tiempo es agua que se arremolina junto a las cosas. La existencia es esta isla del delta, inundada. Afloran acá y allá árboles, sillas, flotan botellas. El tiempo las envuelve, las navega, las deriva. Y nosotros vamos, asombrados, flotando entre las cosas.

Escribo porque es el modo que tengo de navegar. Tengo un dolor: es un modo siempre insuficiente. Nunca alcanza del todo.

Escribo porque es mi modo de dibujar con levedad la gravedad de las cosas.

Escribo porque es mi modo de mantenerme desnudo. Disponible. Vivo.

Escribo porque es mi modo de mantenerme vivo. No busco otra cosa. No aspiro a otra cosa. Vivir. El resto sobra.

Un abrazo

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