viernes, 31 de julio de 2009

el precio de la conciencia

¿Cuál es el precio de la conciencia? Ver, animarse a ver. Ver afuera, pero adentro sobre todo. O mejor, ver desde dentro, desde uno mismo el afuera, la realidad toda. Ver desde la singularísima posición que cada uno es. Experimentar. A eso llamo conciencia; a ser uno mismo en ese ver, en ese experimentar.

Ahora me pregunto ¿cuál es el precio de la conciencia?

El árbol es árbol y no lo sabe. Su crecimiento sigue las órdenes de milenios y milenios de evolución. El árbol es su especie y un par de cosas más, la incidencia de la luz, la cantidad de agua, esas cosas. Quizás, como dice Ken Wilber, el árbol tenga también una profundidad, una forma singular, única de experimentar el mundo. Algo que sólo se captara si uno fuera o se pusiese en el lugar del árbol. Pero ese no es el punto. El punto es que el ser humano sí tiene profundidad, su mundo se define por su perspectiva, por su situarse. Es por eso que no hay un mundo, sino tantos mundos como hombres. Esto no es ninguna novedad, lo dijeron un montón.

Desde que el hombre ha accedido al árbol del conocimiento o desde que ha robado el fuego, de acuerdo a qué mitología nos haga de marco (en este punto sería interesantísimo recorrer otras y descubrir este tema que se repite), tiene que ganarse el pan con el sudor de su frente y parir con dolor. Desde que vemos, desde que sabemos, tenemos un precio para pagar. La conciencia no es gratis; se la hemos robado a los dioses.

¿Cuál es el precio de la conciencia?

Milenios de evolución conviven en mí; en mí está el organismo unicelular, los primeros seres vivos, el cerebro reptílico, el paleomamífero y el neocortex. En mí conviven instinto y libertad. En mí está la planta, que crece porque crece, pero también está esa otra parte, que se sabe creciendo, que lo ve desde afuera, que desea, que pregunta, que proyecta. En mí está la conciencia.

¿Cuál es el precio de la conciencia?

La conciencia no es gratuita; o pagamos la conciencia con la vida o pagamos la vida con conciencia. Algo así como: el ver (ese ver singularísimo, ese crear mi mundo, ese ser mi experiencia) se paga con la vida, nadie sale indemne. Aquél que ve no crece porque crece. Su crecer tiene un sentido, existe un ver que le hace de marco, que le exige, que le interroga. Los profetas lo saben, y la sabiduría popular también, "nadie es profeta en su tierra".

O la vida se paga con conciencia; alguno elige obviar el ver, resignarlo, mirar para otro lado. Ése no hace caso a la interrogación (porque sí, creo que siempre se ve, de algún modo, aunque sea en súbitos arranques de lucidez, brevísimos flashes de realidad) y crece. Crece porque crece. Como las plantas. Ése paga con la conciencia, la resigna en pos de lo que cree llamar la vida.

¿Cuál es el precio de la conciencia?

Yendo un poco más allá esta distinción se me presenta como demasiado escolar, demasiado escolástica. Conciencia o vida. Como todos los dualismos, se presenta útil para la categorización pero alejada de la vida. Falsa.

Profundizando, creo que no hay vida sin conciencia. Vida, vida humana, es aquella en que se crece por una decisión interna. Aquella donde algo, en ese crecer de las plantas, no se encuentra como en casa, algo está desajustado, un quejido sordo que se va gestando, un murmullo que crece hasta hacerse grito. Entonces la planta se hace hombre. Sabe quién es y no quiere negarlo.

El sudor de la frente, el parto con dolor, la desnudez de la vida misma son asumidas con cierto disfrute, con la frente en alto. El crecer es ahora una búsqueda, un intento constante (e insuficiente siempre, claro) por aunar vida y conciencia; la tarea de responder, no en forma discursiva, sino con la praxis ¿cuál es el precio de la conciencia?

4 comentarios:

Xime dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Xime dijo...

Ay, Naíto... qué te puedo decir... las cosas que me surgen a partir de leer esto no caben en este lugar, y creo más en la riqueza del diálogo hablado, cara a cara para seguir pensando algunas cuestiones. Lo cierto es que es tan cierto todo lo que escribiste. Por momentos, lo que iba pensando a medida que leía, aparecía después. Y quiero compartir con vos una frase creo haber escuchado de Paulo Freire: "La cabeza piensa donde los pies pisan"... Pienso también: ¿de qué valdría nuestra humanidad, nuestra vida, si no la gastáramos tratando de responder esa pregunta? Hermosas palabras. Gracias

Anónimo dijo...

Saludos amigo mio. Quelonio

naio dijo...

Gracias Xime! linda frase la de Freire.

Pase cuando quiera Quelonio, nunca faltan sanguchitos con mendicrim, la bebida se la debo.