domingo, 26 de julio de 2009

agua

¿Qué sos?, escritor.

Un frío le recorrió por dentro, un retraimiento del cuerpo ante lo repulsivo. Escritor, pensó. Tanto venir esquivando ser ingeniero, o abogado o administrador de empresas. Tanta energía en gambetear esa fijación que veía como un desterrarse a sí mismo, para terminar diciendo: escritor. Escritor, vuelo a París (o barco mejor, pero eso hubiese sido en otra época), noches de desvelo, alcohol hasta la borrachera, vivir al límite, siempre con las últimas monedas, ningún trabajo fijo, por supuesto, sólo el ambiguo "escribo", y súbitos ataques de creatividad febril, páginas y páginas en cualquier lado, en el subte, en el baño, en la fila del banco. Si algún analista le hubiera pedido una asociacón libre con la palabra escritor, todas esas ideas hubieran aparecido en su mente. Escritor pensó, ¡qué flor de polotudo! se rió y la imagen en el espejo se lo confirmó: el pelo inflado, los anteojos exageradamente inclinados hacia un lado, el buzo de rugbier que le iba corto. Escritor, rugbier, pensó divertido. Los rótulos agazapados tras cualquier puerta, tras cualquier esquina, conspirando con la fijación, la permanencia, la difinición y ese tipo de palabras con mayúsculas. Recordó las palabras de Isabel a Elena, no creas en las palabras que te ponen los otros, y lo sorprendieron con su simplicidad, con su justeza.
De chico había querido ser astronauta, soldado, semidiós, poeta, político, santo y mil cosas más. De algún modo, en secreto, siempre en el más hermético secreto, se había sabido capaz de esas proezas. Una certeza tenía dentro: él sería distinto. Desmarcarse, romper el molde. Y había también una suerte de reconocimiento, de podio al final de la carrera. ¿Por qué todo eso? pensaba ahora. Algún mecanismo de defensa, un niño que intenta preservarse en un mundo hostil intentando acceder a algún tipo de unidad, un decir-se éste soy yo. Todo eso pensaba mientras se descubría en el espejo cariñosamente pelotudo. Escritor, ja.


Los días ahora se le iban en el ejercicio de soltar. Deshacerse de todo eso, rugbier, escritor, nombres, cosas que había ido acumulando con el tiempo, cosas que habían ido adquiriendo el derecho de nombrarlo. Llegó un momento en que él decía alguna de esas palabras, alguna de esas cosas, y el otro (el interlocutor, el que fuera) se tranquilizaba, como un naúfrago que llegara a tierra firme, ahora está en suelo sólido, ahora sabe. El interlocutor terminaba el cuadro con pinceladas que él miraba desde fuera, sintiéndose ajeno: un poco de color por aquí, otro por acullá y la escena completa, la impresión final. El interlocutor se regocijaba en su obra con la satisfacción de lo completo, con la seguridad de lo acabado. Él miraba entre sorprendido y divertido el producto de la imaginación del otro.
Todo esto maquinaba mientras comenzaba a llover otra vez. Puta lluvía se dijo. Puta lluvia ahora que apareció esa gotera que hasta ayer no estaba. Puta lluvia ahora que se hundió un poco más el pozo en el jardín. Puta lluvia y también bajo toda la lluvia del mundo, el título de ese libro de cuentos de ése que por ser todo era nada (y era él entonces). Genial, pensó, bajo toda la lluvia del mundo. Una lástima, si la hubiera descubierto antes a esa frase quizás sería suya, se decía en esa estúpida lógica de que las palabras se acaban, de que le pertenecen a alguien. Pero se dió cuenta del error, bajo toda la lluvia del mundo estaba ahí, antes de ese libro de cuentos, antes de ese escritor, antes de las palabras. Mejor agarro la campera y salgo a hacer cualquier cosa, decidió repasando los asuntos pendientes como quien busca una excusa: las compras, mandar ese fax, buscar esos papeles. Infinidad de tareas pendientes, indispensables e ínfimas. Salgo mejor, y toda la lluvia del mundo sobre mí, corriendo por mi campera, ingresando por el cuello, por las mangas, empapando las zapatillas, las medias de lana, el pantalón, el buzo corto de rugbier, la remera, los calzones, todo ensopado. La lluvia sobre su piel, entrando por sus poros, por todos sus orificios, llegándole dentro, inundándolo hasta que todo es agua: adentro, afuera, el escritor, el rugbier y entonces se acaban las distinciones, todos flotan, el soldado, el santo, el podio, el cuadro. Agua y más agua, toda la lluvia del mundo.

1 comentario:

Ele dijo...

Que grande Naito! Cúantos... en uno solo!